sábado, 30 de diciembre de 2006

A dos años de Cromagnon // Sueño De Una Noche De Verano por Arturo Vega

Si tan solo la noche del 30 de diciembre de 2004 el recital de Los Callejeros en República Cromagnon hubiera terminado. Si el fuego no se hubiera tragado el techo y sólo hubiera sido un susto como ocurrió en ese mismo lugar durante el recital de Motor Loco a mediados de ese año, o en el de La 25, menos de una semana antes. Las bengalas todavía se asociarían a una fiesta, a un ritual inconsciente, al traslado del protagonismo del escenario a las arenas del público. No serían sinónimo de tragedia, de luto, de 194 muertes asfixiantes. Los músicos no pararían recitales sólo para ordenar apagar una bengala. Hasta entonces jamás lo habían hecho. Luego desde La Renga a La Vela Puerca lo hicieron con todo el dolor que significaba ver ya una encendida. El pelado Cordera de La Bersuit agregaría en medio de un recital: “nada de fabricación militar es buena onda”. Así el show continuó, como pudo.
Si ese recital hubiera terminado Callejeros seguiría su ascenso a paso firme. No les dolerían tanto sus canciones. Cantarían sobre otras cosas. No estarían en el ojo de la tormenta. En esa incómoda posición para una banda de rock que es ser considerada por algunos padres de las víctimas (y una parte de la sociedad) como mercenarios, asesinos o cómplices. Estar mezclados entre los responsables. No habrían provocado una división entre los grupos que les hacen el aguante y aquellos que estan en desacuerdo con sus formas de manejarse.
Si ese recital hubiera terminado Chabán todavía sería el modelo del empresario de rock. El mecenas contracultural porteño. Viviría seguro. Probablemente seguiría metiendo más personas de las permitidas en los recitales. Tal vez hubiera seguido sufriendo principios de incendio que se solucionan a tiempo. Continuaría encarnando la lógica neoliberal argentina: hacer plata cagándose en todo. Incluso jugándose el pellejo, sabiendo que en cualquier momento todo puede arder.
Si ese recital hubiera terminado Ibarra seguiría en su cargo. Nadie lo molestaría con la transparencia con la que se hacen las habilitaciones y los controles a los boliches. Estaría pensando como jugar sus cartas en el año político que se avecina, luchando contra sus rivales a ver quien amasa más poder. Seguiría siendo parte de la estructura política argentina que permite las faltas y desigualdades más increíbles y prohíbe aquellas que a nadie salvan. Algo que incluso continuó a Cromagnon, cuando los perjudicados fueron las bandas de la escena under.
Si ese recital hubiera terminado no habrían muerto casi 200 personas esa noche. Todavía seguirían a Callejeros, como todos aquellos que depositaron su confianza en las bandas de rock en vez de unas empresas y un gobierno en quienes no creen. Que nunca hacen demasiado para que valga la pena creer en ellos. Esos chicos podrían estar vivos. O no. Serían víctimas de otras injusticias. Asesinatos. Gatillo fácil. Incendios en otros lugares. Porque después de todo esto es Argentina. Nadie sale vivo de aquí.

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